Luces de la Ciudad
Sobre las luces amarillas de la noche en la ciudad tengo una cierta predilección. Será un fetichismo urbano, pero me da demasiado placer ver en la tierra dibujada en medio de la nada solo franjas, solo líneas, solo hileras de puntos amarillos que marcan calles, que circundan el mar, que iluminan y que guían algún camino de otros que seguirán avanzando por el mismo rumbo.
Y así, desde un avión en un vuelo nocturno observar cenital las franjas que delinean la vida gregaria de los seres, de los humanos, de los que se desplazan bajo estos focos que permiten ver el camino y asegurar el paso cuando la penumbra es completa. En este vuelo, surcando el cielo y la suspensión del cuerpo y las ideas, ver el reflejo, ver el brillo en movimiento del mar que acompaña tranquilo mi viaje solitario, mientras abajo muchos tejen inconscientes sus fantasías entregados al sueño del descanso merecido.
Pero cuando la carretera es la que me mueve, en medio del vació de la tierra y el colador de estrellas que me observa desde arriba, interrumpo mi sueño por las luces que se filtran entre la ventana y la cortina del bus que ingresó a un pueblo, que da sus primeros pasos por una ciudad que duerme y que en medio de su tranquilidad solo nos ofrece luces amarillas. Interrumpo mi sueño, por el paso de las luces fuertes y efímeras, de un camión nacido de la boca de un camino oscuro que de pronto nos cruza, nos intercepta, nos saluda y sigue su rumbo fugaz por el sentido contrario a mi destino.
Esas son las luces que me divierten y me dan placer. Son como una orgía cuando se reúnen y vienen flotando sobre los barcos que atracan en el puerto, cuando pasan sobre un auto y dejan una línea incandescente que quedó estática en el aire, incluso son para embriagarse al caminar por una fábrica y una industria solitaria que en medio de un callejón encienden las señales de una semiótica que poco me dice, pero que mucho me estimula.
7 comentarios:
Dejar abrir los canales de percepciòn que nos unen al mundo, sin cuestionar desde donde provienen, sino sòlo sentir los reflejos, los ruidos, los aromas y las temperaturas en la piel...es bueno dejarse llevar...sentir...no pensar... me parece una forma de descanso..un ocio productivo para el alma....siga observando placenteramente...me gusta...ademàs siempre uno se encuentra en los ojos de un otro...eso es mejor.
Buen fetichismo urbano este.
Estuve en el Norte.
No tan lejos como hacia donde tú vives, ahí a La Serena y Coquimbo. Gracias a Dios por algunos días de vagancia.
Las luces de ambas ciudades daban al ambiente la calidez de un sueño; era impresionante subir a los cerros y quedarse quieta sintiendo la noche y todo lo que eso significa, más si es el mar canta y baila, independiente de nuestros deseos o sentimientos.
Santiago es diferente.
También la noche y las luces tienen un encanto particular; a veces camino por el centro sintiendo cómo respira, cómo se mueve y se transforma, lenta pero constante.
Si hay algo maravilloso en el corazón del hombre es amar sus ciudades, en las cuales deja su impronta, a veces teñida de sangre...o deshonor...o risas que parecieran sonar llevadas por el viento entre las calles.
Me gusta como amas tu entorno; eso es bueno para ti. Y para nosotros que te leemos.
Con afecto.
toyita
¡Gracias por el link!
hola gerardo, esa pasión me gustaría alguna vez y te refiera a Lo Prado
Las luces siempre guían los pasos errantes, como faros nos llevan por las desconocidas calles del norte.
Así es... hoy nada de conductismo.
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