Surcando el camino del infinito
por la ausencia
Recuerdo mis viajes Arica a Antofagasta en los tiempos de la universidad. Viajes de bus que prefería de noche y siempre sentado hacia la ventana. Después de los abrazos y las despedidas, me quedaba observando la ciudad en movimiento de salida, sus autos, calles y luces amarillas, que poco a poco se disolvían hasta entrar en la oscuridad del desierto. Observaba hacia adelante, hacia la carretera oscura que de pronto se iluminaba por el foco de algún camión solitario en su viaje por los caminos de este norte nocturno.
Sentado en el bus, a veces una película, a veces un libro, pero generalmente dormía en un sueño intermitente de saltos, curvas y claridad de algunos pocos pueblos, también de luces amarillas, que permanecen en el camino.
Y las noches del desierto son frías, de ese hielo transparente que baja, sube, brota y está en el espacio interminable que me obliga a buscar el abrigo de un chaleco, un gorro o una manta y a observar por la ventana la helada nocturna bajo al cielo de constelaciones infinitas.
Puede que un viaje en bus o en auto no sea lo más cómodo, pero estar en medio del desierto, con sus noche llenas de estrellas y su cielo enteramente limpio o en el día con el sol inmenso y los remolinos que bailan en los cerros de tonos diferentes es una experiencia que quien habite estos rincones del norte debe vivirla.
Y la luna, generalmente juega a la sorpresa, cuando el cielo está tomando un azul más oscuro se deja ver grande, mientras se alza en medio del sonido especial del silencio del desierto.
Recorrer este espacio de tierras secas, de cementerios pequeños, con flores de papel y cruces quemadas por el sol. Este espacio de ciudades fantasmas, salitreras olvidadas de épocas de gloria y sufrimiento. Este espacio inmenso amarillo, café, salmón, negro y blanco. Recorrer el desierto en un viaje carretero.
Recorrerlo para reflexionar. Recorrerlo para conversar. Recorrerlo para vivirlo. Y comprender la vida en el infinito, surcando el manto de tierra y rocas y observar así la belleza de estar en este paisaje eternamente único.