Entrevistando, conversando, creciendo
Hoy es martes y recién me doy el tiempo para escribir lo vivido el fin de semana.
Estuve de cumpleaños el sábado, y recibí un regalo espectacular de la vida, de Díos y de mi papá que está en alguna otra dimensión, pero siempre a mi lado, y es que a los a 27 años por primera vez comí un picante de guata y pata, un gran hito para un regodeón en rehabilitación como soy yo, pero cuyo cuento no pasa por ahí, sino que va más allá y se sostiene en la magia del momento, en la mística de la cocina a ras de suelo, a punta de un leño viejo, de unas piedras abultadas y de un caldero negro que guarda el secreto del guiso y la tradición de la mujer del valle. Mi almuerzo fue bajo las ramas de los olivos, invitados por la gran familia de afrodescendiente que entre historias de brujos, muerte, tradición y esperanza forman parte de una comunidad de nombre Lumbanga, y que en una mesa larga disfrutamos de un buen vino y un plato que por años me negué a comer.
Pero el motivo de mi visita al valle de Azapa, fue una entrevista que debíamos realizar, junto a Graciela León a Paul Landon, al viajero del corazón de Chile, al hombre que logró contactar la médula de nuestro pueblo, con las sensibilidades más superficiales de mi Chile a través de su programa Tierra Adentro y de las miles de historias que en su simpleza llenan de sabiduría el televisor por un momento.
Y la entrevista fue nutritiva, pues se transformó en esas conversaciones que no son agua, sino que son madero noble, listo para seguir tallándolo con las palabras, reflexiones y las otras conversaciones que se seguirán dando en otros lugares, en otros espacios. Y después de la charla con Paul, con los viejos, con los jóvenes, con la historia y con el valle, me puse a caminar por la carretera que surca la tierra de este fértil oasis, a la espera que pasara algún taxi a Arica, para llevarme a mi mundo, muchas veces pequeño y que no me deja ver la grandeza que se teje en el espacio en el cual estoy viviendo.