Contracciones empresariales preocupadas por el bienestar de sus trabajadores
Aprovechando el día nacional del Teatro, fui al Puente a ver Contracciones de Mike Barlett. Una noche de viernes más, pero que después de ver la obra me dejó un tanto golpeado.
En el escenario dos mujeres.
Una tras un escritorio, de rostro inexpresivo, sentada, bien peinada, con la pierna cruzada sin moverla en ningún momento.
La otra, una mujer de rostro radiante, de pie, bien peinada, caminando lo justo hasta su silla.
Una la jefa, la otra la empleada.
Ambas en una reunión de trabajo donde la jefa comienza con un sutil recordatorio sobre las clausulas de la compañía y la prohibición de mantener cualquier tipo de relación "romántica y sexual" entre los trabajadores de ésta. Recordatorio que en las siguientes reuniones entre ambas (27 en total), se transforma en un interrogatorio, un agobiante diálogo que me transportó de la comedia inicial, a una atmósfera kafkiana asfixiante y de angustia permanente, casi absurda, doliente y con más de un ribete de realidad.
Emma. Pasa. Hola. Asiento ... las palabras repetidas 27 veces en menos de una hora. Las palabras para cada una de las escenas que comienzan en la rutina de un compañía más, hasta transformarse en uno de los mas macabros procesos de transformación forzada, forzada entre comillas, pues la libertad de elegir está siempre presente, pero con la tenue sombra del miedo permanente.
Una obra de teatro, donde la preocupación de la empresa por sus trabajadores, no es más que la preocupación por la producción de sus trabajadores, lo que no es extraño, ni tampoco resulta criticable, hasta cuando esta preocupación comienza a transformarse en una obsesión un tanto esquizofrénica, hasta el punto de controlar la sexualidad de sus empleados. Un texto fuerte, un golpe a un sistema, donde muchos, queramos o no, nos hemos transformado en un cómplice más de estos procesos.
En las tablas Taira Court, perdiendo su radiante rostro en escena tras escena. Una transformación de su alma reflejada en los ojos, la espalda, las manos y su voz que cambia momento a momento. Tras el escritorio, casi sin moverse, casi sin inmutarse ni cuando la ofensa viene con fuerza Kathy Salosny. Acá no hay transformación, ésta parece que fue antes. Ambas sosteniendo el agobiante texto de puertas interminables y ventanas como ratoneras. En la dirección Constanza Brieba para poner en escena este montaje crudo y de aquellos que corresponde ir a ver.